¿Qué le pasa al mundo? Uno de los juegos más agradables que podemos hacer es observar. Sentarnos y pretender no formar parte del mundo que nos rodea. ¿Qué vemos? ¿Qué descubrimos? Quizá haya un camino de industriosas hormigas llevando alimento y moviéndose como en un periférico lleno de tráfico o descubrimos una brisa cálida que mece las hojas de los árboles o sencillamente un grupo de niños juega y grita. Si nos mantenemos al márgen de todos ellos parece que no existimos y que cada uno tiene una tarea importante o divertida, hasta el viento parece concentrado en su trabajo de mover hojas. Cada cuál juega un papel en su pequeño gran mundo. ¿Te imaginas el día que los pájaros decidieran no cantar o el viento no soplar? Imposible, afirmarás, y tienes razón. La creación entera tiene una razón de ser. La naturaleza alaba a Dios simplemente siendo eso para lo que fue creada. ¿Y yo?
Debemos aprender Dios nos ha amado desde toda la eternidad: “Dotada de un alma “espiritual e inmortal”, la persona humana es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma. Desde su concepción está destinada a la bienaventuranza eterna.”
Piensa qué maravilloso es esto. Existir porque Dios me ama a mí, con mi nombre y apellido. Cada uno de nosotros es amado por Dios en particular. No nacemos nada más porque así se dio por la continuidad de la especie, sino por el amor personal con que Dios quiso crearme. Y como ves, nos quiso crear para la bienaventuranza eterna, es decir, para que vayamos al cielo, para que allí vivamos felices y por toda la eternidad en su presencia.
Tenemos una vocación, un llamado de Dios. Ese llamado de Dios es universal para todos los hombres: ir al cielo. ¿Sabías que todos los que van al cielo son santos? Entonces podemos decir que Dios nos llama a la santidad.
Hasta aquí, todo suena muy bien. Pero los hombres no somos como las hormigas o el viento que alaban a Dios constantemente. Los hombres estamos llamados, invitados, pero no obligados. Tenemos una libertad que nos permite escoger amar a Dios y ser felices o no amar a Dios. No todos los hombres han escogido la bienaventuranza eterna. Dios ideó un plan de redención para ayudarnos. Un plan para salvar a los hombres. Jesús ha entregado su vida para realizar este plan. Él quiere que libremente aceptemos esta salvación y quiere que le ayudemos en esta hermosa tarea: salvar hombres. Unos a otros nos ayudamos, contamos con la gracia de Dios. Amamos a Dios cuando amamos a nuestros hermanos.
Estamos aquí porque esta invitación de Dios tiene en este momento un matiz muy especial. Dios quiere que yo le ayude a llevar la buena nueva de la salvación a mis hermanos. Hoy, el mensaje de Cristo depende del amor, la fe y la esperanza con que yo decida hacerlo mío y comunicarlo a los demás.Jesús se quiere valer de mí para que le ayude a salvar al
mas. ¡Qué gran amor y confianza me tiene! La forma de agradecerle esta vocación es siendo muy fiel a su amor.
¿Qué le voy a contestar a Dios? ¿Cómo voy a responder a la confianza que Él está depositando en mí? No permitas que la grandeza de la misión te asuste. Ciertamente es un camino que parece rebasarnos, pero Jesús no nos manda solos. Cuando nos pide algo, siempre va con nosotros. Él quiere que hagamos las cosas por Él, pero sie
mpre con Él y en Él. Vamos a aprender a escuchar a Cristo, pero sobre todo vamos a aprender a vivir muy unidos a Él.
La vida de un misionero depende de la relación Amorosa
entre Dios y la persona. Se trata de vida misionera, amor vivo y activo a Dios Nuestro Señor.
Vamos a poner un propósito:
Visitar a Jesús Eucaristía y preguntarle qué quiere de mí. Pídele que te enseñe a amar y a dejarte amar por Él.
Algo que no debes olvidar:
- Dios nos ama desde toda la eternidad.
- La vocación universal es a la felicidad eterna, es decir la salvación de todos los hombres.
- Dios tiene un plan de salvación. Me invita a ayudarlo a salvar hombres.
- Jesús prometió estar siempre conmigo.
- El misionero ama a Dios en sus hermanos.
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